No
tomar decisiones es la peor manera de decidir de un gobernante. Aconsejaba Maquiavelo en El Príncipe no permitir jamás que continúe un problema para evitar
un conflicto, porque lejos de evitarlo, lo que se suele conseguir es retrasarlo
en una posición de desventaja para lograr una solución airosa. Es la marca de
la casa del presidente Rajoy, su quietismo ante los problemas, como si pensase
que si no se habla de ellos desaparecerán disipándose espontáneamente. La
realidad es bien distinta de su pretensión, le crecen como setas.
La cuestión de Cataluña es un vivo ejemplo de esta actitud entre temeraria e
irresponsable. Nos encontramos ante un conflicto de nacionalismos. Por una
parte un rancio nacionalismo español recentralizador, el de la derecha heredera
de Alianza Popular, que con el pretexto de la crisis económica quiere desmontar
el Estado autonómico que tuvieron que asumir muy a su pesar con la democracia.
Por otra el nacionalismo secesionista, que saca el espantajo de la cuestión
nacional y los agravios de España, para enmascarar su incapacidad de resolver
los problemas de la sociedad catalana. Un choque de trenes entre dos derechas,
la española y la catalana.
Se plantea la cuestión del
hipotético derecho a decidir de los ciudadanos de Cataluña, olvidando
deliberadamente que las catalanas y los catalanes ya decidieron, junto con las
españolas y los españoles en el marco constitucional de la reforma de su
Estatuto de Autonomía. Fue aprobada la propuesta de reforma del Estatuto de Cataluña en la sede de la
soberanía de la ciudadanía catalana, en su Parlament. Posteriormente se tramitó
como Ley Orgánica el texto propuesto, aprobándose definitivamente en la sede de
la soberanía nacional de España, el Congreso de los Diputados. Y finalmente se
ratificó mediante referendum popular de catalanas y catalanes. El problema
político surge con posterioridad, cuando la sentencia del Tribunal
Constitucional declara inconstitucinal buena parte de su contenido. Se genera
un choque entre la legitimidad democrática del proceso de aprobación del
Estatut y la decisión posterior de un órgano formado por jueces. No olvidemos
que los Estatutos de Autonomía forman parte de lo que en la propia doctrina del
Tribunal Constitucional se denomina el bloque
de la constitucionalidad. La cuestión no se resuelve fácilmente, y la
pregunta es si ¿cabe establecer límites jurídicos al poder constituyente
expresado por las instancias políticas donde reside la expresión de la
soberanía popular?
Llegados a este punto, tensada la
cuerda por ambas partes hasta el riesgo de romper los nudos que nos unen, lo
responsable es hacer un esfuerzo por restablecer el diálogo para encontrar los
consensos que nos permitan encontrar un nuevo marco de convivencia estable y satisfactorio
para la gran mayoría de las ciudadanías española y catalana. La denominada
tercera vía, la senda del federalismo como modo de organizar el reparto
territorial del poder político, gana fuerza día a día y a mi entender es la más
esperanzadora para construir juntos una España unida en su diversidad. El libro
del profesor José Antonio Pérez Tapias,
cuya lectura recomiendo, Invitación al
federalismo, formula una propuesta para reconocer el carácter plurinacional
de nuestro país. Nos recuerda que en los debates surgidos durante la II
República, Ortega y Gasset defendió
su famosa teoría de la conllevancia, la
necesidad de los españoles de entenderse con los catalanes y de los catalanes
de entenderse con los demás españoles.
No debemos tener miedo a la reforma
constitucional. Las constituciones son organismos vivos, tan vivos como la
comunidad política cuya convivencia tienen que regular. La vida exige la
renovación periódica de sus células, lo contrario es la petrificación de las
normas políticas, la pérdida de adecuación a las necesidades de su tiempo, lo
más parecido a un organismo inerte incapaz de cumplir con su finalidad. Un
proceso constituyente para un auténtico Estado federal, social y colaborativo,
en el que se cierre definitivamente el modelo de distribución de competencias,
en el que se profundice en la autonomía local, en el que se resuelva la
cuestión de la financiación de las Autonomías. Todo ello sin olvidar que la
forma federal de organizar el poder político, como afirmaba James Madison, no es una mera cuestión
administrativa, sino un elemento más de la división de poderes que sirve a los
derechos del pueblo, en este caso la división del poder territorial.
En
este como en otros asuntos hace falta un nuevo liderazgo. Un liderazgo español
y catalán que por la vía del diálogo tienda puentes para alcanzar acuerdos de
futuro. Acuerdos de convivencia democrática que den respuesta a los desafíos de
nuestro tiempo, que nos unan respetando la diversidad en el marco de una Europa
más democrática. Puede sorprender la diferencia de actitud ante los problemas
territoriales de sus países de dos líderes de derechas. Mientras el líder
conservador británico Cameron les
dice a los escoceses, queremos que decidáis seguir con nosotros, el lider de la
derecha española Rajoy les dice a
los catalanes que no tiene nada de que hablar. Claro que, a ambos los separa un
abismo de cultura democrática.
Publicado en La Opinión de Málaga el 20 de enero de 2014.
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