Vivimos tiempos desalmados, tiempos en los que la lógica despiadada del
dinero se impone sobre cualquier consideración humana, tiempos en los que el
ministro de Finanzas de un país de los llamados desarrollados como Japón pide a
los ancianos que se den prisa en morir porque su atención médica cuesta mucho
dinero. Se está perdiendo la vergüenza y el pudor para mostrar descarnadamente
el peor rostro del capitalismo, que ve a las personas como apuntes contables y
las trata como mercancías o en el mejor de los casos como consumidores.
Desde la revolución
industrial el ser humano ha experimentado un desarrollo exponencial de su
capacidad tecnológica para ordenar científicamente los conocimientos técnicos y
convertir ese saber en un poderoso instrumento para fabricar cosas. Esto ha
permitido aumentar nuestra capacidad de producción de bienes, de sofisticar los
medios para que los intercambios alcancen dimensión planetaria. Ha supuesto el
dominio en definitiva sobre los objetos corporales y las cuestiones materiales.
Sin embargo, como ya nos alertaba en 1935 Ortega y Gasset en la Revista de
Occidente, el ser humano ha fracasado una y otra vez ante los problemas
propiamente humanos.
El avance de la humanidad hacia sociedades más libres,
más justas, más solidarias, con mayores cotas de bienestar para una gran
mayoría, camina sin embargo a trompicones, lentamente, a menudo con pasos atrás
que parecen tirar por la borda todo el esfuerzo acumulado. Hoy vivimos uno de
esos momentos de la historia y buscamos una luz al final del oscuro túnel de la
desesperanza que nos indique la salida.
Un cambio cultural se
hace necesario para situar al ser humano en el centro de la política, para
construir otro mundo en el que la economía se ocupe de atender las necesidades
de la gente, donde la generación de riqueza sirva para aumentar el bienestar de
todos. Los cambios se hacen necesarios cuando lo que era útil deja de serlo,
cuando un tipo de vida o pensamiento resulta irracional para algunos, allí
surge el germen de la dialéctica del cambio, en la toma de conciencia crítica
de algunos sobre esta necesidad, que se propaga como una oleada imparable para
alumbrar una nueva realidad política.
Es urgente poner alma
en las acciones cotidianas, dar sentido a las cosas que hacemos en lugar de
someternos al sentido de las cosas. María Zambrano en su concepto de razón
poética armonizaba ambos aspectos del conocimiento humano, la razón y la
poesía. Ambas amplían nuestras capacidades y ennoblecen nuestra condición
humana de seres estructurados por la necesidad. Encontrar su profundo sentido,
contemplando la realidad para comprenderla y desplegando después la enorme
capacidad de transformarla son tareas propias del pensador y del poeta.
Es el momento de
defender el papel de los intelectuales como impulsores de los cambios sociales,
como voces defensoras de la libertad y enfrentadas a los poderes no limitados
por principios democráticos, como pedagogos que agiten la conciencia crítica de
la ciudadanía para luchar por otra realidad que sí es posible. Este debe ser el
cometido principal de la cultura en una sociedad democrática, favorecer
espacios para el pensamiento y el debate. Lugares donde seamos capaces de
alumbrar un nuevo pacto social de convivencia basado en valores que humanicen la
política, la economía y la sociedad.
Esta es una tarea
colectiva que no puede reducirse a un lujo cultural que se recree en sí mismo,
sino que debe extender su compromiso a toda la sociedad. La amplia red de
equipamientos culturales y educativos son una oportunidad para que la
ciudadanía se implique en esta empresa necesaria de un modo participativo, que
fomente la creatividad y la expresión del pensamiento crítico. Escuelas de
cultura para una sociedad mejor, que sea capaz de conducirse por la senda de la
libertad, de la igualdad y de la fraternidad derivada de instituciones
democráticas para un nuevo tiempo.
Todavía no hemos tomado
conciencia de lo que está suponiendo esta crisis. La agenda política y social
de temas que están sobre la mesa, nos interpela sobre cuestiones fundamentales
para salir de este bucle destructivo en el que estamos atrapados. Es el momento
de tomar conciencia de la necesidad de cambios profundos que no pueden ser para
apuntalar el sistema. Vivimos en un edificio insano que necesita profundas
reformas para hacerlo habitable. Es tiempo para alumbrar esperanza, hora de
tomar partido hasta mancharnos, de comprometernos y actuar provocando nuevos
actos, de poetas que empuñen armas cargadas de futuro como defendía Gabriel
Celaya.
Publicado en La Opinión de Málaga el 27 de enero de 2013.