domingo, 27 de enero de 2013

FALTA POESÍA

Vivimos tiempos desalmados, tiempos en los que la lógica despiadada del dinero se impone sobre cualquier consideración humana, tiempos en los que el ministro de Finanzas de un país de los llamados desarrollados como Japón pide a los ancianos que se den prisa en morir porque su atención médica cuesta mucho dinero. Se está perdiendo la vergüenza y el pudor para mostrar descarnadamente el peor rostro del capitalismo, que ve a las personas como apuntes contables y las trata como mercancías o en el mejor de los casos como consumidores.

            Desde la revolución industrial el ser humano ha experimentado un desarrollo exponencial de su capacidad tecnológica para ordenar científicamente los conocimientos técnicos y convertir ese saber en un poderoso instrumento para fabricar cosas. Esto ha permitido aumentar nuestra capacidad de producción de bienes, de sofisticar los medios para que los intercambios alcancen dimensión planetaria. Ha supuesto el dominio en definitiva sobre los objetos corporales y las cuestiones materiales. Sin embargo, como ya nos alertaba en 1935 Ortega y Gasset en la Revista de Occidente, el ser humano ha fracasado una y otra vez ante los problemas propiamente humanos.

            El avance de la humanidad hacia sociedades más libres, más justas, más solidarias, con mayores cotas de bienestar para una gran mayoría, camina sin embargo a trompicones, lentamente, a menudo con pasos atrás que parecen tirar por la borda todo el esfuerzo acumulado. Hoy vivimos uno de esos momentos de la historia y buscamos una luz al final del oscuro túnel de la desesperanza que nos indique la salida.

            Un cambio cultural se hace necesario para situar al ser humano en el centro de la política, para construir otro mundo en el que la economía se ocupe de atender las necesidades de la gente, donde la generación de riqueza sirva para aumentar el bienestar de todos. Los cambios se hacen necesarios cuando lo que era útil deja de serlo, cuando un tipo de vida o pensamiento resulta irracional para algunos, allí surge el germen de la dialéctica del cambio, en la toma de conciencia crítica de algunos sobre esta necesidad, que se propaga como una oleada imparable para alumbrar una nueva realidad política.

            Es urgente poner alma en las acciones cotidianas, dar sentido a las cosas que hacemos en lugar de someternos al sentido de las cosas. María Zambrano en su concepto de razón poética armonizaba ambos aspectos del conocimiento humano, la razón y la poesía. Ambas amplían nuestras capacidades y ennoblecen nuestra condición humana de seres estructurados por la necesidad. Encontrar su profundo sentido, contemplando la realidad para comprenderla y desplegando después la enorme capacidad de transformarla son tareas propias del pensador y del poeta.

            Es el momento de defender el papel de los intelectuales como impulsores de los cambios sociales, como voces defensoras de la libertad y enfrentadas a los poderes no limitados por principios democráticos, como pedagogos que agiten la conciencia crítica de la ciudadanía para luchar por otra realidad que sí es posible. Este debe ser el cometido principal de la cultura en una sociedad democrática, favorecer espacios para el pensamiento y el debate. Lugares donde seamos capaces de alumbrar un nuevo pacto social de convivencia basado en valores que humanicen la política, la economía y la sociedad.

            Esta es una tarea colectiva que no puede reducirse a un lujo cultural que se recree en sí mismo, sino que debe extender su compromiso a toda la sociedad. La amplia red de equipamientos culturales y educativos son una oportunidad para que la ciudadanía se implique en esta empresa necesaria de un modo participativo, que fomente la creatividad y la expresión del pensamiento crítico. Escuelas de cultura para una sociedad mejor, que sea capaz de conducirse por la senda de la libertad, de la igualdad y de la fraternidad derivada de instituciones democráticas para un nuevo tiempo.

            Todavía no hemos tomado conciencia de lo que está suponiendo esta crisis. La agenda política y social de temas que están sobre la mesa, nos interpela sobre cuestiones fundamentales para salir de este bucle destructivo en el que estamos atrapados. Es el momento de tomar conciencia de la necesidad de cambios profundos que no pueden ser para apuntalar el sistema. Vivimos en un edificio insano que necesita profundas reformas para hacerlo habitable. Es tiempo para alumbrar esperanza, hora de tomar partido hasta mancharnos, de comprometernos y actuar provocando nuevos actos, de poetas que empuñen armas cargadas de futuro como defendía Gabriel Celaya.
 
Publicado en La Opinión de Málaga el 27 de enero de 2013.

martes, 8 de enero de 2013

DEMOS Y CRACIA

     El peligro mayor a la hora de hacer un diagnóstico sobre la realidad es confundir los síntomas con la enfermedad. El gran problema al que nos enfrenta la crisis económica que vivimos no es el déficit de las cuentas de los Estados, sino el déficit que supone la incapacidad de los gobiernos democráticos para gobernar el monstruo de los poderes financieros en una economía globalizada. En el capítulo XVII del Leviatan nos recordaba Hobbes que los pactos que no descansan en la espada no son más que palabras, sin fuerza para proteger al hombre, en modo alguno”. En nuestros tiempos, la espada del Estado-nación se muestra inofensiva para establecer reglas democráticas en una economía altamente globalizada, peligrosamente desregulada y donde la especulación financiera prima sobre la producción de bienes y servicios para atender las necesidades humanas.

     En la arquitectura institucional que estructura nuestras democracias acostumbramos a poner el énfasis en las constituciones, las leyes de leyes a las que deben someterse todas las normas del Estado. Olvidamos sin embargo, que fue la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789 en Francia, inspirada en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de 1776, el origen de nuestro sistema político basado en principios de libertad, igualdad y fraternidad. La Constitución Francesa de 1791 llega precisamente para garantizar unas instituciones capaces de defender los derechos proclamados en la declaración de 1789. Es el triunfo de la libertad del individuo, el pacto social para construir un Estado que proteja al ciudadano del abuso del poder, sometiéndolo a reglas para preservar sus derechos como persona.

      Tras la Segunda Guerra Mundial, tras el sueño de la razón que engendró el monstruo del fascismo, recién despierta de la pesadilla fratricida, Europa acometió la tarea de construir un espacio de convivencia pacífica sobre la base de tratados entre sus Estados. El Tratado de Roma dio origen a la Comunidad Europea, tomando como eje de su construcción la cooperación económica para hacer juntos un mercado común. Con el Acta Única Europea se avanzó en este camino institucional. Parecía que se apuntaba a una mayor cooperación política, hacia una cohesión económica y social. Pero la realidad tras el Tratado de Maatstricht y la creación del Euro ha sido decepcionante para las aspiraciones de una auténtica ciudadanía europea en una Europa federal.

      Los ciudadanos de los Estados miembros de la Unión Europea, hemos cedido soberanía a instituciones supranacionales con un alto déficit democrático. Los procedimientos de toma de decisiones siguen pasando por órganos donde están representados los gobiernos de cada país, sin que exista un verdadero gobierno de los europeos que tome decisiones pensando en el interés general de toda la ciudadanía. Construir una arquitectura institucional democrática de la Unión Europea, con un parlamento que represente a la ciudadanía en su conjunto, con un gobierno elegido democráticamente que tome decisiones en interés de todos, se hace urgente y necesario para fortalecer la capacidad de defendernos de los oscuros poderes financieros transnacionales. El camino recorrido hasta el momento ha sido generar instituciones para poner límites a las democracias nacionales pensando en el mercado común, ahora es tiempo de expandir la democracia para un auténtico gobierno de la ciudadanía sobre la política económica europea.

      En el ámbito de los Estados-nación se hace necesario reformar nuestros sistemas políticos para ganar calidad democrática. El debate ciudadano debe encaminarnos a lo que Barack Obama denominó como open government, gobiernos abiertos que sean transparentes, participativos y colaborativos. Transparencia entendida como derecho del ciudadano a acceder a la información de las administraciones de manera sencilla y clara, para un mayor control de la acción de los gobiernos. Participación que favorezca la implicación activa en las políticas públicas más allá del ejercicio del derecho al voto cada cuatro años. Colaboración entre administraciones, empresas y sociedad civil para alcanzar objetivos de interés general.

       Podemos recuperar la política como instrumento para hacer juntos una sociedad inspirada en valores de libertad, igualdad y fraternidad. Las democracias son organismos vivos que son saludables si se fortalecen con la práctica cotidiana. El ejercicio democrático diario es más necesario que nunca, porque sólo un demos de ciudadanos activos será capaz de recuperar el poder, la cracia, sobre el gobierno de nuestro destino compartido.

Publicado en La Opinión de Málaga el 8 de enero de 2013.