En
su disco Reversos, Javier Ojeda versiona magníficamente el
poema de José María Hinojosa Idea, cuyos primeros
versos dicen: Al fuego lento, templé la guitarra, de mi
pensamiento. El saber se templa en el fuego lento del tiempo para la
lectura, la reflexión y el diálogo. Las cosas bien
hechas necesitan su tiempo, son incompatibles con las prisas, esas
que según decía mi padre son propias de los ladrones y
los malos toreros.
El
ritmo frenético de los acontecimientos en esta era de las
autopistas de la información es incompatible con la capacidad
del ser humano de convertir esa información en saber para
actuar en consecuencia, tomando decisiones inteligentes, justas y que
resuelvan problemas. Es la tiranía del dominio de una realidad
creada por poderes que se escapan a la capacidad de los gobiernos
democráticos para defender a la ciudadanía. Uno tiene a
menudo la sensación de que se gobierna a impulsos, corriendo
como pollo sin cabeza hacia no se sabe donde.
El
Departamento de Negocios, Innovación y Habilidades británico
recientemente hacía público un informe titulado «El
futuro del comercio informático en los mercados financieros»,
en el que alerta del incremento de la contratación bursátil
realizada por computadores frente a la hecha por agentes de bolsa
tradicionales. Conforme advierte este organismo público
encargado de fomentar el crecimiento económico, el mercado y
la innovación en el Reino Unido, la contratación hecha
por máquinas informáticas supone ya el 30% de las
operaciones en Londres y puede superar ya el 60% en Estados Unidos.
Con una tendencia al alza progresiva.
No
hemos reflexionado suficientemente sobre este proceso de
deshumanización en la toma de decisiones financieras, que se
suma a la realidad en unos mercados internacionales peligrosamente
desregulados. Un combate desigual en el que las limitaciones del ser
humano y su capacidad de errar se encuentran en clara desventaja ante
decisiones que desestabilizan gobiernos, mandan al paro a millones de
personas y sacrifican el futuro de generaciones. Decisiones que
tienen efectos instantáneos y se producen a una velocidad
inabarcable para la inteligencia humana, sin posibilidad de
contrarrestar los dramáticos efectos que provocan en las
economías y las vidas de las personas.
Recientemente
escribía el director de este diario un artículo a
propósito de la necesidad de aprobar una rigurosa Ley de
Transparencia, en el que pedía a los partidos abordar con
seriedad, y no con urgencia este problema. Ésta y otras
cuestiones necesitan profundas reformas radicales, que sean
consecuencia de un debate a fondo, de modo participativo, que ataje
de raíz los males que nos asolan. Reformas que no se limiten a
un maquillaje superficial para salir del paso, sino que nos sirvan
para construir respuestas actualizadas a las exigencias de libertad,
igualdad y convivencia fraterna entre los seres humanos investidos
como ciudadanos.
Que
lo urgente no nos distraiga de lo importante. Definir lo que es
importante es el primer paso para ponerse a la tarea transformadora y
para ello es indispensable una ciudadanía con una opinión
formada. Vivimos en un mundo incierto, en el que la sobreabundancia
de información actúa a menudo como un obstáculo
para encontrar la solución a un problema o para averiguar la
verdad de los hechos. Por las redes circulan a toda velocidad
versiones contradictorias, interpretaciones dispares, mentiras
interesadas y medias verdades.
Ahora
más que nunca cobra importancia la existencia de una prensa
libre para una democracia sana y vigorosa, hecha por profesionales
que traten con rigor la información, que promuevan debates
plurales en los que las ideas se contrasten con la única
fuerza de su capacidad para argumentar, donde tenga espacio de
libertad para expresarse la opinión fundamentada, para una
lectura sosegada y reflexiva. Cada vez que desaparece un periódico
la democracia se vuelve más pequeña, más
famélica, más indefensa.
Necesitamos
tomarnos nuestro tiempo, el tiempo necesario para hacer bien las
cosas. Las mimbres con las que se hacen las buenas decisiones
requieren el fuego lento de la lectura, la reflexión y el
diálogo. Las respuestas apresuradas que sólo buscan un
titular efectista son una trampa que únicamente puede
conducirnos a generar más frustración. Nuestra ética
debe estar dispuesta a vencer la inmediatez forjando la voluntad de
dirigir nuestra vida por la senda de los sueños posibles.
Publicado en La Opinión de Málaga el 20 de febrero de 2013.