Vivimos una situación de emergencia nacional en la que son muchas las
voces que llaman a alcanzar un gran acuerdo de Estado. El drama humano de los
6.200.000 parados, las miles de familias desahuciadas cada año, empujadas a la
pobreza y la exclusión social, interpelan a nuestra conciencia colectiva como
sociedad para que salgamos adelante con dignidad, solidariamente, protegiendo a
los más vulnerables y sentando sólidas bases para recuperar la senda del
crecimiento y el empleo.
No hace mucho el
presidente del Gobierno convocó a los representantes sindicales y de la
patronal para hablar de la situación económica de España. Sobre el recuerdo de
todos perdura la memoria del acuerdo como instrumento útil en la historia de
nuestra democracia para afrontar momentos difíciles. Los Pactos de la Moncloa
son una evidencia de que sí se puede llegar a acuerdos desde la discrepancia y
el conflicto de intereses, mediante el diálogo y la concesión mútua para
alcanzar un gran pacto nacional sobre nuestra economía. Pero las palabras del
presidente al término del encuentro cayeron como un jarro de agua fría sobre
las esperanzas de la ciudadanía. “El Gobierno tiene un rumbo fijado y sabe lo
que hay que hacer”. Rajoy tiene un plan y no tiene la menor intención de
apartarse de él.
Y hay que reconocer que
su proceder está siendo metódico y contundente. Rajoy tiene un plan para la
sanidad, que pasa por degradar la calidad de nuestro sistema sanitario público
como modelo de gestión universal, de calidad y a costes por ciudadano más que
razonables, para dejar en manos privadas nuestra salud generando grandes
beneficios para las empresas donde acaban siendo fichados los muñidores de las
privatizaciones. Rajoy tiene un plan para la educación, que pasa por cumplir los
compromisos con una jerarquía episcopal ultraconservadora, que anhela tiempos
en los que la Iglesia tenía el monopolio del adoctrinamiento ideológico en la
escuela pública, que pasa por volver a la enseñanza preconstitucional de
reválidas, exclusión clasista y segregación por sexos. Rajoy tiene un plan para
las relaciones laborales, que consiste en eliminar la negociación colectiva y
la capacidad de los trabajadores de defender sus derechos laborales con la
fuerza de la acción sindical en los centros de trabajo. Rajoy tiene un plan
para las mujeres, que pasa por que no puedan decidir libremente sobre su
maternidad, siendo tuteladas por otros que decidan por ellas al interrumpir su
embarazo, que las obliga a tener hijos con graves problemas de por vida en contra
de su voluntad, mientras les quita las ayudas para atender a la dependencia.
Compatriotas,
reconozcamos que Rajoy tiene un plan, pero no es un plan contra la crisis. Es
un plan que pretende aprovechar la coartada de la crisis para romper los consensos
constitucionales de la transición. La derecha que nos gobierna no es heredera
centrista de la UCD de los Abril Martorell y Herrero de Miñón. Su herencia
entronca con la Alianza Popular que aglutinaba a los dinosaurios del franquismo
y que nunca estuvo satisfecha con la Constitución de 1978. Consideran que las
ansias de libertad y democracia fortalecieron a la izquierda, por lo que se fue
demasiado lejos haciendo concesiones y ahora es el momento oportuno de poner de
nuevo las cosas en su sitio.
Escuchaba hace poco en
la radio el testimonio de un veterano médico. Era uno de los 700 que el puente
del 2 de mayo recibió una carta de una crueldad
increíble, aséptica, sin una sola frase de agradecimiento por la entrega
profesional de 40 años, una carta en la que se le comunicaba la jubilación
forzosa por parte de la Comunidad de Madrid. Se confesaba votante del PP
e ideológicamente de derechas, y decía algo que me conmocionó, no por ser algo
sabido sino por quién lo decía, “no se engañen ustedes, en Madrid no gobierna la
derecha, gobierna la peor ultraderecha de España”.
Este es el drama de
nuestro tiempo político. Tenemos en el gobierno a un partido de derechas,
secuestrado por la ultraderecha más reaccionaria, que concurrió a las
elecciones con un mensaje sencillo y directo, un mensaje que caló en muchas y
muchos ciudadanos de buena fe. Sabemos lo que hay que hacer para salir de la
crisis, es necesario un cambio de gobierno para generar confianza, la economía
mejorará enseguida y crearemos empleo pronto. Pero el despertar de la resaca
tras el 20N de 2011 ha sido muy duro. De los compromisos electorales nada de
nada, la agenda oculta del Gobierno marcada por la FAES de Aznar se ha puesto
en marcha. Desmantelamiento del Estado social constitucional que tanto esfuerzo
colectivo nos ha costado construir y retroceso en las libertades ciudadanas a
golpe de autoritarismo y miedo a que todo se pueda poner peor.
Cuánto se echa de menos
en España una derecha social liberal o democristiana con sensibilidad social,
que escuche atentamente la palabra evangélica del Papa Francisco, cuando dice
que “la adoración del antiguo cordero de oro ha encontrado una nueva y
despiadada imagen de la superstición en el dinero y en la dictadura de la
economía sin rostro ni objetivo realmente humano”. Ese es el plan que
necesitamos para España, un plan para hacer de la economía un instrumento al
servicio de las personas, un plan contra la pobreza, la exclusión social y el
abandono de los más débiles en esta despiadada crisis.