“Aquellos
impedimentos –la fraternidad de los socialistas, las finanzas, el comercio y
otros factores económicos-, de los que se había dicho que harían completamente
imposible una guerra, no funcionaron tal como se había confiado cuando llegó el
momento de la verdad. El espíritu nacionalista los barrió”. Estas
palabras pertenecen al libro de Barbara
Tuchman Los cañones de agosto con
el que ganó el prestigioso premio Pulitzer, uno de los libros imprescindibles
para comprender la Europa de 1914 y la Primera Guerra Mundial.
Cien años nos separan de aquellos acontecimientos, pero
los europeos parecemos no haber aprendido la lección. El plomo que barre vidas
a diario ya no es el de las balas disparadas desde las trincheras, sino una crisis
económica brutal que está sumiendo en el dolor y la desesperanza a millones de
ciudadanas y ciudadanos de una Europa que se creía segura y próspera de por
siglos. Han conseguido que olvidemos que la crisis económica tuvo su origen en
un engaño financiero al otro lado del Atlántico que explosionó con la quiebra
de Lehman Brothers. Las fichas de dominó de la banca fueron cayendo
vertiginosamente en unas finanzas hiperglobalizadas y altamente desreguladas.
Los gobiernos se vieron obligados a intervenir, a
endeudarse para hacer frente al destrozo originado por el sector financiero. La
burbuja de deuda privada que hizo ricos a unos pocos, estalló de repente en
nuestras caras generando una deuda pública inasumible en el intento de mitigar
los daños sobre la ciudadanía. Europa se la jugó en mayo de 2010 con la crisis
de la deuda griega. Pudo elegir entre una respuesta contundente, solidaria e
inequívoca, que generase confianza y respeto ante los mercados financieros, y
un sálvese quien pueda, en el que cada país quedase abandonado a su suerte para
resolver la papeleta.
Desgraciadamente se impuso esta última opción, caímos en
la trampa nacional de pensar que en una economía altamente globalizada, con una
moneda común y un Banco Central que limitan la soberanía de los gobiernos sobre
su política económica, era posible dar respuesta al problema de la crisis país
a país. Y lo hicimos dividiendo y enfrentando, países ricos frente a países
pobres, el norte liderado por Alemania y el sur con su estigma de manirrotos en
los tiempos de la abundancia.
Europa hoy más que nunca no es una opción, es una
oportunidad y diría que una necesidad para afrontar los problemas del presente
y participar en el diseño del mundo del futuro a escala global. Como señala Dani Rodrik en su libro La paradoja
de la globalización, la amenaza para la democracia en una economía
hiperglobalizada es no contar con instituciones transnacionales que regulen las
finanzas y el comercio, garantizando la libre competencia, los derechos
ciudadanos y la cohesión social. La Unión Europea es el espacio propicio para
avanzar en este camino, es el modelo pactado entre el liberalismo social y la
socialdemocracia para desarrollar una economía social de mercado y que ahora se
está quebrando bajo el mantra de una pretendida austeridad asesina. Sin
salarios dignos, sin protección social, sin capacidad económica para consumir
lo que se produce por parte de una amplia base ciudadana, no es viable una
economía de mercado basada en el libre intercambio de bienes y servicios.
Es necesario repensar el Estado de bienestar, hacerlo
viable por la vía de una mejor gestión de las políticas públicas que lo hacen
posible y mediante una fiscalidad justa que asegure su financiación. Thomas Piketty ha puesto el dedo en la
llaga, es necesaria una fiscalidad transnacional dado que los capitales
circulan sin trabas más allá de las fronteras estatales. La economía productiva
y la financiera generan riqueza suficiente para sostener servicios públicos
esenciales como la educación, la sanidad y la atención a la dependencia, pero
esta riqueza se escapa por las costuras de las legislaciones tributarias
nacionales.
Es tiempo de otra política en Europa, reforzando el papel
democrático del Parlamento y la Comisión que deben representar el interés
general de ciudadanas y ciudadanos de la Unión, mutualizando la deuda pública
para que la prima de riesgo no beneficie a unos y perjudique a otros, poniendo
en marcha un plan de estímulo de la economía con un único objetivo, crear
empleo para ofrecer un futuro a tanta gente que se nos está quedando en la
cuneta. Es tiempo de elegir un liderazgo para esta Europa huérfana. Yo propongo
un nombre, el candidato de los socialistas europeos a presidir la Comisión Martin Shulz.
Publicado en La Opinión de Málaga el 18 de mayo de 2014.
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