Si
la Ley que hace una comunidad de hombres libres está guiada
por la virtud cívica, será una Ley que defienda y
exprese el bien común y el interés general. No será
una Ley bajo la que determinadas minorías y algunos hombres
poderosos defiendan mejor sus intereses particulares, sino una Ley
que impida que unos hombres imperen sobre otros hombres…La
república de la libertad empieza allí donde acaba la
tiranía de la necesidad. Estos
son los rasgos característicos del republicanismo cívico
expresados por el profesor Andrés
de Francisco
en su libro La
mirada republicana.
Más allá de la cuestión formal de cómo
designar al Jefe del Estado, lo sustancial es qué función
debe cumplir el Estado y cómo debe ser la relación de
ciudadanas y ciudadanos con él para garantizar su libertad.
No
es tanto la forma de gobierno en definitiva, como la forma de
gobernar. Para el republicanismo democrático el Estado debe
estar socialmente orientado, con políticas que nos protejan de
la tiranía de la necesidad que acecha siempre, pues todos
jugamos sin saberlo números en la cruel lotería de la
adversidad. El desempleo, una enfermedad, una catástrofe
natural, pueden arruinar nuestra vida si no existe un sistema de
protección solidario que nos proporcione seguridad y
confianza. Decía Stuart
Mill que
lo mismo da
encarcelar a los hombres que privarles de los medios de ganar su pan
y no le faltaba razón. La pobreza y la exclusión social
son armas de destrucción masiva de la libertad.
El
otro gran enemigo de la libertad es el ejercicio abusivo del poder,
de todo tipo de poder, ya sea político, económico o
ideológico. Al igual que Ulises
en La
Odisea pidió
a sus compañeros que lo atasen al mástil del barco para
no sucumbir al canto de las sirenas, el poder necesita ataduras que
protejan nuestra libertad ante la tentación de su uso
arbitrario y abusivo por quien lo ejerce. Las instituciones
democráticas y las leyes deben cumplir esta finalidad. Por eso
el poder político debe estar dividido funcional y
territorialmente, para evitar la acumulación excesiva sin
contrapoderes. Por eso el poder económico tiene que estar
regulado, para que no se produzca un abuso de la posición
dominante que elimine la competencia y las bondades de la economía
de mercado. Por eso tienen que existir medios de comunicación
en número y variedad tal que expresen el pluralismo ideológico
que existe en una sociedad de individuos libres.
Hoy
el huracán de esta terrible y prolongada crisis económica
nos ha abierto los ojos sobre el estado de nuestra democracia. La
percepción de una mayoría de la ciudadanía es la
de un edificio enfermo, con enormes fallos estructurales en la
mayoría de las instituciones que lo sustentan. En política
la realidad está hecha sobre la base de las percepciones que
se instalan en la gente y ante este estado de ánimo
generalizado algunos proponen derribar el edificio para construir uno
nuevo idealmente perfecto. El problema es que olvidan algo muy
importante, que vivimos personas dentro. Desde el populismo se
ofrecen soluciones que, o bien son respuestas imposibles a problemas
reales, o bien ocultan deliberadamente el sufrimiento que
ocasionarían en la mayoría de la ciudadanía sus
recetas aparentemente benéficas.
Ante
este estado de cosas mi propuesta es que hagamos reformas
inteligentes, que sean posibles de realizar para no añadir más
sufrimiento y frustración a una sociedad tan castigada por el
desempleo y el empobrecimiento generalizado, que busquen grandes
acuerdos para repartir las cargas de la crisis con justicia y que nos
encaminen hacia un propósito esperanzador que nos devuelva la
confianza en un futuro mejor. Un nuevo tiempo político exige
la altura de miras de no limitarnos a un aspecto parcial de nuestra
Constitución, la designación del Jefe del Estado, sino
emprender una profunda reforma que actualice nuestra norma de
convivencia fundamental. Si como decía Thomas
Jefferson
en su célebre carta a James
Madison
cada
generación tiene derecho a su propia constitución, es
el momento de asumir nuestra responsabilidad como lo hizo la
generación de nuestros padres en la Transición
española.
Tres
ejes deben centrar a mi entender los debates en torno a la reforma
constitucional. En primer lugar el Estado social, con la inclusión
del derecho a la vivienda y a una renta básica como derechos
fundamentales, que impidan la exclusión social y la pobreza
extrema. En segundo lugar el Estado democrático, introduciendo
reformas en la ley electoral para acercar representantes a
representados, transparencia en el ejercicio del poder y limitación
de mandatos, así como la cuestión de la designación
del Jefe del Estado y el régimen jurídico al que debe
estar sometido. En tercer lugar el Estado autonómico, desde
una propuesta federalista que resuelva la financiación
suficiente de las autonomías para atender los servicios que
prestan, las competencias que deben asumir en función de la
eficiencia que proporciona la cercanía y con un Senado como
verdadera cámara territorial para promover la colaboración.
Se
trata de un republicanismo que empodere políticamente a la
ciudadanía. De un republicanismo que fortalezca los poderes
democráticos ante los oscuros poderes del dinero que amenazan
nuestra libertad. De un republicanismo que sirva entre otras cosas
para someter la economía a reglas que coloquen a las personas
y sus necesidades en el centro de atención. Hay un joven
economista que aspira a ser Secretario General del PSOE que habla de
ello, se llama Pedro
Sánchez,
pero de eso les hablaré en otro artículo. Hasta
entonces, salud y república querido lector.
Publicado en La Opinión de Málaga el 2 de julio de 2013.
No hay comentarios:
Publicar un comentario