miércoles, 2 de julio de 2014

REPUBLICANISMO

       Si la Ley que hace una comunidad de hombres libres está guiada por la virtud cívica, será una Ley que defienda y exprese el bien común y el interés general. No será una Ley bajo la que determinadas minorías y algunos hombres poderosos defiendan mejor sus intereses particulares, sino una Ley que impida que unos hombres imperen sobre otros hombres…La república de la libertad empieza allí donde acaba la tiranía de la necesidad. Estos son los rasgos característicos del republicanismo cívico expresados por el profesor Andrés de Francisco en su libro La mirada republicana. Más allá de la cuestión formal de cómo designar al Jefe del Estado, lo sustancial es qué función debe cumplir el Estado y cómo debe ser la relación de ciudadanas y ciudadanos con él para garantizar su libertad.

       No es tanto la forma de gobierno en definitiva, como la forma de gobernar. Para el republicanismo democrático el Estado debe estar socialmente orientado, con políticas que nos protejan de la tiranía de la necesidad que acecha siempre, pues todos jugamos sin saberlo números en la cruel lotería de la adversidad. El desempleo, una enfermedad, una catástrofe natural, pueden arruinar nuestra vida si no existe un sistema de protección solidario que nos proporcione seguridad y confianza. Decía Stuart Mill que lo mismo da encarcelar a los hombres que privarles de los medios de ganar su pan y no le faltaba razón. La pobreza y la exclusión social son armas de destrucción masiva de la libertad.

       El otro gran enemigo de la libertad es el ejercicio abusivo del poder, de todo tipo de poder, ya sea político, económico o ideológico. Al igual que Ulises en La Odisea pidió a sus compañeros que lo atasen al mástil del barco para no sucumbir al canto de las sirenas, el poder necesita ataduras que protejan nuestra libertad ante la tentación de su uso arbitrario y abusivo por quien lo ejerce. Las instituciones democráticas y las leyes deben cumplir esta finalidad. Por eso el poder político debe estar dividido funcional y territorialmente, para evitar la acumulación excesiva sin contrapoderes. Por eso el poder económico tiene que estar regulado, para que no se produzca un abuso de la posición dominante que elimine la competencia y las bondades de la economía de mercado. Por eso tienen que existir medios de comunicación en número y variedad tal que expresen el pluralismo ideológico que existe en una sociedad de individuos libres.

       Hoy el huracán de esta terrible y prolongada crisis económica nos ha abierto los ojos sobre el estado de nuestra democracia. La percepción de una mayoría de la ciudadanía es la de un edificio enfermo, con enormes fallos estructurales en la mayoría de las instituciones que lo sustentan. En política la realidad está hecha sobre la base de las percepciones que se instalan en la gente y ante este estado de ánimo generalizado algunos proponen derribar el edificio para construir uno nuevo idealmente perfecto. El problema es que olvidan algo muy importante, que vivimos personas dentro. Desde el populismo se ofrecen soluciones que, o bien son respuestas imposibles a problemas reales, o bien ocultan deliberadamente el sufrimiento que ocasionarían en la mayoría de la ciudadanía sus recetas aparentemente benéficas.

        Ante este estado de cosas mi propuesta es que hagamos reformas inteligentes, que sean posibles de realizar para no añadir más sufrimiento y frustración a una sociedad tan castigada por el desempleo y el empobrecimiento generalizado, que busquen grandes acuerdos para repartir las cargas de la crisis con justicia y que nos encaminen hacia un propósito esperanzador que nos devuelva la confianza en un futuro mejor. Un nuevo tiempo político exige la altura de miras de no limitarnos a un aspecto parcial de nuestra Constitución, la designación del Jefe del Estado, sino emprender una profunda reforma que actualice nuestra norma de convivencia fundamental. Si como decía Thomas Jefferson en su célebre carta a James Madison cada generación tiene derecho a su propia constitución, es el momento de asumir nuestra responsabilidad como lo hizo la generación de nuestros padres en la Transición española.

         Tres ejes deben centrar a mi entender los debates en torno a la reforma constitucional. En primer lugar el Estado social, con la inclusión del derecho a la vivienda y a una renta básica como derechos fundamentales, que impidan la exclusión social y la pobreza extrema. En segundo lugar el Estado democrático, introduciendo reformas en la ley electoral para acercar representantes a representados, transparencia en el ejercicio del poder y limitación de mandatos, así como la cuestión de la designación del Jefe del Estado y el régimen jurídico al que debe estar sometido. En tercer lugar el Estado autonómico, desde una propuesta federalista que resuelva la financiación suficiente de las autonomías para atender los servicios que prestan, las competencias que deben asumir en función de la eficiencia que proporciona la cercanía y con un Senado como verdadera cámara territorial para promover la colaboración.

       Se trata de un republicanismo que empodere políticamente a la ciudadanía. De un republicanismo que fortalezca los poderes democráticos ante los oscuros poderes del dinero que amenazan nuestra libertad. De un republicanismo que sirva entre otras cosas para someter la economía a reglas que coloquen a las personas y sus necesidades en el centro de atención. Hay un joven economista que aspira a ser Secretario General del PSOE que habla de ello, se llama Pedro Sánchez, pero de eso les hablaré en otro artículo. Hasta entonces, salud y república querido lector.

Publicado en La Opinión de Málaga el 2 de julio de 2013.

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